lunes, 9 de abril de 2012

Interferencia política


Tanto el deporte como la política son temas recurrentes en la vida cotidiana, ya que todos tenemos algún conocimiento, aunque sea muy vago, o algo que comentar sobre los deportistas y políticos del momento. No obstante, cada que se pone de manifiesto una posición política entre compañeros de trabajo o en una reunión familiar, ésta suele terminar en discusiones que separan a los más allegados. Mientras que el deporte funge como un unificador social que nos da tema de conversación para romper el hielo en cualquier situación; basta preguntar “¿viste el partido de anoche?” para entablar una plática con algún desconocido.

A los ojos del ciudadano promedio, la política es vista como algo turbio, un mar de corrupción, promesas vacías y personajes con mala reputación. Por otro lado, el deporte se presenta como una actividad íntegra y un entretenimiento sano, así como quienes lo practican profesionalmente son reconocidos y admirados. Lo cierto es que no todos los políticos son malos ni todos los deportistas son ejemplos a seguir, ambos se mueven sobre estructuras que están pensadas para mantener un control sobre la población y se alimentan de la ilusión de la gente.

La relación entre política y deporte ha sido históricamente estrecha, en más de una ocasión las justas deportivas se han utilizado para demostrar el poderío político de los países participantes y los atletas han sido usados como instrumentos de propaganda política. En los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, Hitler montó todo un escenario para demostrar la superioridad de la raza aria, sin embargo fue humillado por Jesse Owens: un atleta norteamericano de raza negra que se llevó cuatro medallas de oro. Las citas de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984 pusieron de nuevo en evidencia la intrusión de la política internacional en los Juegos Olímpicos, cuando, tanto estadounidenses como soviéticos, decidieron no asistir a competir en “territorio enemigo”.

El deporte genera un sentimiento nacionalista y despierta un amor por el país como ninguna otra actividad: un mexicano canta con orgullo su himno nacional el día de la Independencia y cada que juega la selección, pero le cambia de estación cuando suena en el radio a media noche. Los políticos se han aprovechado de este nacionalismo que despierta ver a un equipo o atleta vistiendo los colores de un país y representándolo en una competencia internacional. Cada que un equipo del fútbol mexicano sale campeón no puede faltar su obligada visita a Los Pinos; así como cada que un atleta mexicano gana una medalla en los Juegos Olímpicos siempre es oportuna la llamada del presidente en turno para felicitarlo.

Dado que tanto políticos como deportistas son personajes del dominio público, su mundo se interrelaciona para conveniencia mutua. Cuando los políticos quieren captar una mayor cantidad de votos, o justificar sus acciones, buscan figuras del deporte sabiendo que gran parte del electorado son jóvenes que pueden ser influenciados por deportistas de convocatoria nacional. Basta recordar el spot televisivo que el famoso luchador “El Místico” grabó apoyando la lucha contra el narcotráfico de Felipe Calderón, o el logotipo del PRI que el boxeador Juan Manuel Márquez lució en su publicitada pelea contra el filipino Manny Pacquiao en plenas elecciones para gobernador en Michoacán.

Asimismo, hay deportistas que una vez terminada su carrera se postulan para obtener algún puesto político, sin que realmente tengan la capacidad para ejercer el cargo. El exfutbolista Carlos Hermosillo se vinculó al PAN y en diciembre de 2006 fue nombrado Director General de la Comisión Nacional del Deporte, puesto que no supo administrar con claridad y fue acusado de malos manejos; tres años después dejó su cargo en la CONADE en busca de una diputación federal en Córdoba, Veracruz, la cual perdería. Del mismo modo, la medallista olímpica Ana Gabriela Guevara fue invitada por Marcelo Ebrard para hacerse cargo del Instituto del Deporte del Distrito Federal; Guevara pasó sin pena ni gloria por el IDDF y eventualmente sucumbió ante la tentación de lanzarse por la jefatura delegacional de Miguel Hidalgo por el PRD y, al igual que Hermosillo, no pudo hacer valer su popularidad para ganar la votación.

Al final de cuentas es inevitable que la política y el deporte estén vinculados, ya que uno necesita del otro para seguir en el poder: el deporte necesita de la inyección económica de la política para crecer, y la política requiere los de votos que le proporciona la influencia del deporte en las campañas electorales.