Tanto el deporte como la política son temas recurrentes en
la vida cotidiana, ya que todos tenemos algún conocimiento, aunque sea muy
vago, o algo que comentar sobre los deportistas y políticos del momento. No
obstante, cada que se pone de manifiesto una posición política entre compañeros
de trabajo o en una reunión familiar, ésta suele terminar en discusiones que
separan a los más allegados. Mientras que el deporte funge como un unificador
social que nos da tema de conversación para romper el hielo en cualquier
situación; basta preguntar “¿viste el partido de anoche?” para entablar una
plática con algún desconocido.
A los ojos del ciudadano promedio, la política es vista como
algo turbio, un mar de corrupción, promesas vacías y personajes con mala
reputación. Por otro lado, el deporte se presenta como una actividad íntegra y
un entretenimiento sano, así como quienes lo practican profesionalmente son
reconocidos y admirados. Lo cierto es que no todos los políticos son malos ni
todos los deportistas son ejemplos a seguir, ambos se mueven sobre estructuras
que están pensadas para mantener un control sobre la población y se alimentan
de la ilusión de la gente.
La relación entre política y deporte ha sido históricamente estrecha,
en más de una ocasión las justas deportivas se han utilizado para demostrar el
poderío político de los países participantes y los atletas han sido usados como
instrumentos de propaganda política. En los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, Hitler
montó todo un escenario para demostrar la superioridad de la raza aria, sin
embargo fue humillado por Jesse Owens: un atleta norteamericano de raza negra
que se llevó cuatro medallas de oro. Las citas de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984
pusieron de nuevo en evidencia la intrusión de la política internacional en los
Juegos Olímpicos, cuando, tanto estadounidenses como soviéticos, decidieron no
asistir a competir en “territorio enemigo”.
El deporte genera un sentimiento nacionalista y despierta un
amor por el país como ninguna otra actividad: un mexicano canta con orgullo su
himno nacional el día de la Independencia y cada que juega la selección, pero
le cambia de estación cuando suena en el radio a media noche. Los políticos se
han aprovechado de este nacionalismo que despierta ver a un equipo o atleta
vistiendo los colores de un país y representándolo en una competencia
internacional. Cada que un equipo del fútbol mexicano sale campeón no puede
faltar su obligada visita a Los Pinos; así como cada que un atleta mexicano
gana una medalla en los Juegos Olímpicos siempre es oportuna la llamada del
presidente en turno para felicitarlo.
Dado que tanto políticos como deportistas son personajes del
dominio público, su mundo se interrelaciona para conveniencia mutua. Cuando los
políticos quieren captar una mayor cantidad de votos, o justificar sus
acciones, buscan figuras del deporte sabiendo que gran parte del electorado son
jóvenes que pueden ser influenciados por deportistas de convocatoria nacional.
Basta recordar el spot televisivo que el famoso luchador “El Místico” grabó
apoyando la lucha contra el narcotráfico de Felipe Calderón, o el logotipo del
PRI que el boxeador Juan Manuel Márquez lució en su publicitada pelea contra el
filipino Manny Pacquiao en plenas elecciones para gobernador en Michoacán.
Asimismo, hay deportistas que una vez terminada su carrera se
postulan para obtener algún puesto político, sin que realmente tengan la
capacidad para ejercer el cargo. El exfutbolista Carlos Hermosillo se vinculó
al PAN y en diciembre de 2006 fue nombrado Director General de la Comisión
Nacional del Deporte, puesto que no supo administrar con claridad y fue acusado
de malos manejos; tres años después dejó su cargo en la CONADE en busca de una
diputación federal en Córdoba, Veracruz, la cual perdería. Del mismo modo, la medallista
olímpica Ana Gabriela Guevara fue invitada por Marcelo Ebrard para hacerse cargo
del Instituto del Deporte del Distrito Federal; Guevara pasó sin pena ni gloria
por el IDDF y eventualmente sucumbió ante la tentación de lanzarse por la
jefatura delegacional de Miguel Hidalgo por el PRD y, al igual que Hermosillo,
no pudo hacer valer su popularidad para ganar la votación.
Al final de cuentas es inevitable que la política y el
deporte estén vinculados, ya que uno necesita del otro para seguir en el poder:
el deporte necesita de la inyección económica de la política para crecer, y la
política requiere los de votos que le proporciona la influencia del deporte en
las campañas electorales.
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