Cada vez que asistimos a un estadio o que
encendemos la televisión para ver una competencia deportiva, esperamos distraernos,
divertirnos y pasar un rato ameno. Sin embargo, en muchas ocasiones nos
encontramos con que lo que nos ofrecen dista mucho de lo que esperábamos.
El aficionado mexicano se ha acostumbrado a
conformarse con un pobre espectáculo que se cotiza como si fuera de gran
calidad. De hecho, cuando nos encariñamos con algún deporte, equipo o atleta,
es difícil que le perdamos la pista, aunque éste ya no nos entregue muchas
satisfacciones y lo sigamos sólo por fidelidad o costumbre.
Ahora mismo, ser fanático del deporte es
mucho más caro que en otras épocas. Ir a ver un evento en vivo no es nada
accesible, ni siquiera comprando las entradas más económicas. De igual manera,
si queremos ver todos nuestros deportes favoritos debemos contratar un sistema
de televisión de paga; e incluso siendo miembros hay ciertos eventos por los
que debemos pagar extra.
El esfuerzo que el aficionado hace por
seguir su pasión muchas veces no es proporcional al que los deportistas
profesionales despliegan en la cancha. Cuántas veces no hemos salido
decepcionados de un estadio o hemos pasado horas frente al televisor, sin que
realmente valga la pena, porque los protagonistas del juego decidieron
dosificar su esfuerzo y guardar lo mejor de ellos para otra ocasión.
El atleta de alto rendimiento es un ser
privilegiado pues, además de ser muy bien pagado, es reconocido y admirado como
una celebridad a la altura de actores y cantantes famosos. Por lo mismo se le
exige que cada que se pone su uniforme se brinde al máximo.
Es una pena que cuando se conjugan todos
los ingredientes para ver un evento de primer nivel: deportistas de calidad,
excelentes instalaciones, y un público entregado, lo que falte es intensidad, ímpetu,
dar ese extra que hace falta para que el espectáculo sea más atractivo. La
entrega de los atletas muchas veces está condicionada a la situación en que se encuentren;
a veces necesitan estar bajo presión extrema o tener alguna motivación especial
para competir a tope.
Es notable la intensidad que un futbolista
pone en un partido de ‘vida o muerte’, la concentración de un tenista cuando
enfrenta un punto crítico, el arrojo que un velocista deja en el cierre de la
carrera, o el último aliento que un boxeador necesita cuando sabe que debe
noquear para ganar la pelea.
La actitud y el hambre de triunfo suelen
ser factores determinantes en las competencias deportivas, más aún cuando el
nivel de los participantes es muy parejo y éstas se definen tan sólo por un sprint, una brazada, una décima de
segundo o un par de milímetros.
Es verdad que los profesionales del deporte
no siempre pueden brindarse al cien por ciento, que deben administrar su físico;
pero es indignante pagar por ver a un jugador caminar en la cancha sin poner el
menor entusiasmo en su actividad.
Quizá se ha sobrevalorado la labor del
atleta, sin embargo éste es una figura pública que atrae a las masas y genera
ganancias multimillonarias; es por eso que lo menos que podemos pedirle es su profesionalismo
y entrega total.
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